El cáncer como un aliado

Tenía 18 años y cursaba el último año de la preparatoria. Mi vida transcurría, según yo, de manera normal. Si bien, como todo adolescente que transita hacia la temprana adultez, tenía ciertos malestares emocionales, nada me prevenía sobre aquello que estaba a punto de vivir.

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Era una madrugada de inicios de marzo de 2012, y mis padres y yo veníamos regresando de una boda en la ciudad de Mérida. El dolor en mi pecho, agudo, cada vez se volvía más insoportable. Mi madre sugirió que fuéramos directo a urgencias, y mi padre creyó también que eso era lo más apropiado.

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Tras unos estudios, la noticia –peor que cualquiera que hubiésemos podido imaginar– llegó: tenía Linfoma de Hodgkin, un tipo de cáncer.

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Por supuesto que no fue de inmediato que pude ir generando consciencia sobre las razones por las que había elegido vivir esta enfermedad: es más, el solo hecho de pensar que esto pudiera ser una elección mía, me parecía una rotunda locura. Sin embargo, la vida fue colocando en mi camino a grandes maestros que me hicieron comprender algo que yo ya sabía desde hace mucho tiempo, que siempre había sabido, pero que nunca había podido verbalizar: que todo aquello que ocurre en el universo –y claro, en nuestras vidas– es el resultado de la Ley de la Causa y Efecto, es decir, que siempre estamos generando nuestras vivencias, a través de nuestras acciones, palabras, pensamientos y omisiones.

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No es sino que hasta que decidí hacerme cargo de mis "demonios" internos que realmente pude entender la razón de la enfermedad en mi vida, para que, después de mantener un largo diálogo con ella durante 5 años, pudiera desaparecer de mi vida, pues su función había sido cumplida.

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Hoy, desde la salud, tengo muchas ganas de compartir mis vivencias con todo aquél que, desde lo más profundo de su ser, lo desee.